A mi amigo Sebastián Sulima
Si un martes por la
tarde pasás
por el barrio de
Saavedra
en la estación de
Saavedra
vas a estar lejos de
Barracas.
Si te asomás
en la estación de
Saavedra
por el barrio de
Saavedra
a la Parrilla de
Justo
un martes por la
tarde
estamos lejos de
Barracas
morfando junto a El
Profe.
No voy a hablar de
mí
tal vez sí
pero no de mí
sino de él
de El Profe.
No voy a hablar de la casa inundada
de música.
No voy a hablar de
fútbol
porque no sé.
No voy a hablar de
perros que amaban a los hombres
ni de hombres que
amaban a los perros
ni de música.
ni de educación.
No voy a hablar de
mujeres, ni de nombres
ni de padres
ni de madres.
No puedo.
No quiero.
Voy a hablar del silencio.
Porque por lo que
sabemos
yo hablo
El Profe hace
silencio.
Porque cuando vamos
juntos a Saavedra
cuando bajamos en la
estación de Saavedra
y entramos a la Parrilla de Justo
(o sea que me invita
a su casa)
no puedo hablar
no quiero hablar.
Escucho en silencio
el silencio
su silencio.
Para cuando nos
apostamos, en silencio, en la trinchera de heladeras
ya lo saludaron, en
silencio, hasta las baldosas.
Hola, Profe. Atendélo bien, al Profe. Y él asiente en silencio.
Y comemos, en
silencio, riñón, papafrita, provoleta.
Y fumamos, en
silencio, mirando los rieles
de la estación de
Saavedra
del barrio de
Saavedra
lejos de Barracas.
Y hablamos en
silencio.
Ese silencio
Ese silencio,
te suspiran las minas.
Ese silencio,
nos quejamos los pibes.
Ese silencio, temen las gallinas.
Ese silencio, respetan los rivales.
Ese silencio, que aprenden los chicos.
Ese silencio íntimo como un grito primal
se escucha
perfectamente en Tokyo.
Ese silencio es El Profe.
“El Profe no hace
silencio”, pienso en silencio,
“sos vos, que
hablás demasiado.”
Barracas, veintidós de julio de dos mil quince.