lunes, 13 de julio de 2015

Vomité un conejo, Andrée, mala mía.

Se decían cosas ridículas.
Aparatos del deseo.
El contexto desaparecía cada vez que los ojos se hallaban.
Con texto les parecía toda vez que escribían que se amaban.
Es ridículo, pero cojían con palabras.

Se sentían cosas ridículas.
Amparados en rodeos.
Se suponían escritos por una tinta deliciosa.
Y se ponían vocativos tipo hermosor, linda, preciosa.
Muy ridículos, como conejos de Cortázar.

Se decían algo ridículo.
Afanado de sus cuentos.
Un conejo sale de tu boca, lo que decís sin pensar.
Un cortejo nunca se equivoca: yerro feliz, libertad.
Tan ridículos, que si perdían también ganaban.

Se sentían algo ridículos.
Alternando con los besos.
Así, a decir de su lengua, no dejo salir un conejo.
Así adheridas las lenguas ¿no son orejas de conejo?
Bien ridículo, yo les juro que igual pasaba.


Ciudad de las Promesas, trece de julio de dos mil quince

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