Aparatos del deseo.
El contexto
desaparecía cada vez que los ojos se hallaban.
Con texto les parecía
toda vez que escribían que se amaban.
Es ridículo, pero
cojían con palabras.
Se sentían cosas
ridículas.
Amparados en rodeos.
Se suponían
escritos por una tinta deliciosa.
Y se ponían vocativos tipo hermosor, linda, preciosa.
Muy ridículos, como
conejos de Cortázar.
Se decían algo
ridículo.
Afanado de sus
cuentos.
Un conejo sale de tu
boca, lo que decís sin pensar.
Un cortejo nunca se
equivoca: yerro feliz, libertad.
Tan ridículos, que si
perdían también ganaban.
Se sentían algo
ridículos.
Alternando con los
besos.
Así, a decir de su
lengua, no dejo salir un conejo.
Así adheridas las
lenguas ¿no son orejas
de conejo?
Bien ridículo, yo les
juro que igual pasaba.
Ciudad de las Promesas, trece de julio de dos mil quince
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