Los solitarios no
miran a ambos lados al cruzar.
No cometen pecados,
se quedan a un costado en la ciudad.
Es que los
solitarios no van a cumpleaños ni a cenar.
Se encierran en el
baño, se escapan por un caño a soñar.
A los solitarios no
les importa que fumar sea perjudicial para la salud.
Estos solitarios no
pasan fin de año en el hogar.
No preguntan la
calles, se pierden en los barrios sin llegar,
porque lo solitarios
no van a ningún lado en realidad.
Ya no tienen dudas,
viven en una cruda claridad.
Son los solitarios
que están esclavizados por la misma miserable autoridad.
Nosotros,
solitarios, a veces nos juntamos a cantar.
Tenemos una orquesta
que siempre está dispuesta a ensayar.
Somos solitarios:
buscamos escenario para actuar.
Siempre sentimos
pánico y nos trastabillamos al entrar.
Sólo solitarios que
desafinamos cuando cantamos a quienquiera escuchar.
Solitarios, sí, por
amor a vos.
Barracas, quince de junio de dos mil quince
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Vincent van Gogh, "El dormitorio en Arlés" (1889) |