jueves, 8 de junio de 2023

Útiles perdidos




Julio estaba muy contento por empezar segundo grado. El día anterior había preparado la cartuchera, la mochila, el guardapolvo. Pero esta no es la historia de Julio, que estaba muy contento por empezar segundo grado. Tampoco es la historia de una cartuchera, ni de una mochila, ni de un guardapolvo. Esta es la historia de un lápiz nuevo. 

Lápiz Nuevo era el lápiz nuevo de Julio. Además, era el lápiz negro más hermoso y prometedor del mundo. Lápiz Nuevo estaba hecho de grafito, de madera  y de  promesas. Era negro y amarillo, largo como el año escolar que se avecinaba. Pero esta no es una historia larga como el año que se avecinaba. Es la historia de un lápiz nuevo.


La noche anterior al primer día de clases, Lápiz Nuevo nuevo durmió menos que Julio. Pensaba que iba a escribir todas las fechas del año en el cuaderno azul de Julio: de la primera a la última.  Que iba a dibujar la parte que más le gustó a Julio del cuento que acababa de contar la señorita. Soñaba despierto con hacer una suma, una resta. ¡Un garabato en el banco! Lápiz Nuevo se reía solo al lado de la goma y el sacapuntas, que dormían como troncos. Pero esta no es la historia de la goma ni del sacapuntas que dormían como troncos. Es la historia de un lápiz nuevo.


Llegó el primer día de clases. El himno, la bandera, el patio, las seños nuevas, los compañeros nuevos, el aula nueva, el nuevo compañero de banco de Julio. Pero esta no va a ser la historia del primer día de clases y el himno y la bandera y las seños nuevas y los compañeros nuevos y el aula nueva y el nuevo compañero de banco de Julio. Esta va a ser la historia de un lápiz nuevo.


Julio se sentó en su banco, sacó el cuaderno azul, sacó la goma y sacó un lápiz negro y amarillo, largo como el año que se avecinaba. La maestra dijo que quería conocer a todos los chicos y chicas, así que propuso que todos y todas se turnaran para decir su nombre y lo que más les gustaba de la escuela y lo que menos les gustaba de la escuela. Y así, la hora pasó, los nombres pasaron hasta que sonó el timbre para salir al primer recreo del año, que es el segundo mejor recreo del año. El mejor recreo del año es el último. Pero esta no es la historia del mejor recreo del año, que es el último. Es la historia de un lápiz nuevo.


Julio estaba tan contento de salir al recreo que se chocó con el banco, provocando que el cuaderno, la goma y Lápiz Nuevo se cayeran al suelo. Con tal fuerza que Lápiz Nuevo rodó debajo de la biblioteca. Al principio no se preocupó: los lápices saben que caerse es lo más común en la vida de un lápiz, después de escribir y sacarles punta. Pero cuando llegó el segundo recreo, Lápiz Nuevo se empezó a poner nervioso. Y cuando los chicos y las chicas se fueron a almorzar, Lápiz Nuevo empezó  a tener miedo. Y cuando los chicos y las chicas se fueron a sus casas después de que sonara el timbre de salida, Lápiz Nuevo empezó a temblar. A temblar tanto que sintió que su mina de grafito y sus promesas se quebraban y que iba a ser uno de esos lápices a los que nunca se les puede sacar punta porque están todos quebrados por dentro. Esa es una historia que algún día alguien tiene que contar. La historia de esos lápices a los que nunca se les puede sacar punta porque están quebrados por dentro. Pero esta no es la historia de esos lápices a los que nunca se les puede sacar punta porque están quebrados por dentro. Esta es la historia de un lápiz nuevo.


Lápiz Nuevo miraba la pelusa que se había juntado abajo de la biblioteca y pensaba: “ya no voy a poder escribir la primera fecha del año largo que se avecina, largo como yo. ¿Pero voy a poder dibujar la parte que más le gustó a Julio de un cuento que lea la maestra? ¿Voy a hacer una suma? ¿Una resta? ¿Un garabato en el banco?” Así pasó las horas, hasta que la escoba larga y llena de promesas de una empleada de maestranza de la escuela lo hizo rodar desde abajo de la biblioteca hasta el centro del aula. La empleada de maestranza de la escuela lo sacó de entre la pelusa, lo miró un rato y pensó que era un lápiz nuevo largo como el año que se avecinaba, negro y amarillo, hecho de madera, de grafito y de promesas. Y después lo depositó  en una caja de zapatos forrada de amarillo que decía “ÚTILES PERDIDOS” que descansaba en uno de los estantes de la  biblioteca. La empleada de maestranza miró la hora y pensó que si salía ahora, y combinaba el subte y el colectivo, llegaba a tiempo para limpiar la casa de los González. Pero esta no es la historia de los González, ni de su casa, ni de combinar un subte con un colectivo. Tampoco es la historia de Silvia, la empleada de maestranza. Esta es la historia de un lápiz nuevo.


En la caja de zapatos forrada de amarillo que decía “ÚTILES PERDIDOS” se encontraban, además de Lápiz Nuevo, un sacapuntas roto y una goma que parecía la uña de un dedo chiquito de una mano chiquita, de tan gastada que estaba. Y nada más. Lápiz Nuevo se puso a llorar, como sólo lloran los lápices. ¿Cómo lloran los lápices? Bueno, en principio lloran sin lágrimas. Pero además lloran tratando de no temblar, para no quedar como esos lápices a los que no se les puede sacar punta porque están todos quebrados por dentro. En eso estaba Lápiz Nuevo cuando vio llegar rodando a un lápiz sin punta, rojo y negro, más chiquito que el dedo chiquito de una mano chiquita. Era un lápiz viejo, cortísimo como el día que había pasado, como el dedo chiquito de una mano chiquita.  Rojo y negro, chiquito, vacío de grafito y de promesas. Pero esta no puede ser la historia de un lápiz viejo, rojo y negro chiquito, vacío de grafito y de promesas. Esta tiene que ser  la historia de un lápiz nuevo.


“¿Qué te pasa?”, le preguntó Lápiz Viejo a Lápiz Nuevo. “Hoy a la mañana yo era un lápiz nuevo, negro y amarillo, largo como el año que se avecina, hecho de madera, de grafito y de promesas”, respondió Lápiz Nuevo. “¿Y ahora qué sos?”, preguntó Lápiz Viejo. “Soy un lápiz nuevo, negro y amarillo, largo como el año que se avecina, hecho de grafito, de madera y de promesas… pero además soy un útil perdido”. Lápiz Viejo hizo un silencio largo, No tan largo como el año que se avecina, pero bastante largo. Y no se pueden hacer historias sobre los silencios bastante largos. Lo que sí se pueden hacer son historias sobre un lápiz nuevo. 


Lápiz Viejo quebró el silencio, como si el silencio fuera la mina de grafito en un lápiz que tiembla: “Yo también fui un lápiz nuevo. Fui largo como el año que se avecina. Y estaba hecho de madera, de grafito y de promesas. Y también fui un útil perdido. Y esta es mi historia. Te aviso de antemano que no es la historia de un lápiz nuevo. Es la historia de un lápiz viejo.”


“Mi historia empieza cuando yo era un lápiz nuevo”


“Emilia escribió conmigo por primera vez su nombre el primer día de clases de primer grado. Cuando sonó el timbre para salir al primer recreo (el segundo mejor recreo del año), Emilia salió corriendo y se chocó contra el banco. Con tal fuerza que la goma, el cuaderno y yo nos caímos al suelo. Y yo rodé hasta terminar abajo de la biblioteca. Tiempo después, la escoba larga y llena de promesas de una empleada de maestranza me rescató. Y así fui a parar a una caja de zapatos forrada de amarillo que decía  ÚTILES PERDIDOS”


“Un día, la maestra de Emilia, que se llamaba Viviana, necesitaba un lápiz para escribir una carta de amor porque estaba enamorada. Y como estaba enamorada se había olvidado la cartuchera en la casa. Así que revisó la caja forrada de amarillo que decía ÚTILES PERDIDOS y me encontró. De adentró mío salieron palabras de amor, corazones, puntos y comas. Y así me mudé a la cartera de la señorita Viviana, que estaba enamorada. Tiempo después, José, que era albañil, necesitaba un lápiz para marcar en la pared dónde iba a colocar los estantes para Abril, la hija que estaba esperando la seño Viviana, que estaba enamorada. La seño Viviana, le regaló su lápiz negro a José, que marcó en la pared dónde iba a poner los estantes para Abril, la hija que estaba esperando la seño Viviana, que estaba enamorada. Y así me mudé a la caja de herramientas de José, que era albañil”


“De adentro mío salieron líneas trazadas en las paredes, puntitos para indicar dónde usar el taladro, marquitas donde serruchar la madera, diagonales donde partir un cerámico. José y yo planificábamos habitaciones, bancos de madera, estantes, ventanas y puertas. Un día, mientras José ampliaba su casa para que su papá, que estaba ya muy viejo, se fuera a vivir con él, me olvidó en el marco de una ventana. El papá de José, que era albañil, se llamaba José y también había sido albañil, pero ya estaba muy viejo para seguir planificando habitaciones, bancos de madera, estantes, ventanas y puertas. En el marco de la ventana donde quedé, me encontró Alejandra, que era poetisa, y era vecina de José y de José, que eran albañiles. Y así me mudé al morral de Alejandra, que era poetisa”


“Alejandra, que era poetisa, escribía sobre la vida y la muerte, los amigos y la soledad, el sol y la luna. Y así, de adentro mío salieron versos, estrofas, oraciones, mundos posibles y mundos imposibles. Alejandra, que era poetisa, meditaba y escribía. Escribía para ella, que era poetisa, y para Emilia, que había aprendido a escribir su nombre. Para la señorita Viviana, que estaba enamorada y para José, que era albañil y extrañaba mucho a su papá, que se llamaba José y que había sido albañil. Tiempo después, Alejandra se fue a vivir a otro país, para escribir para ella y para otras personas. Y me dejó en la casa de su tío Carlos, que era verdulero y que amaba leer sobre la vida y la muerte, los amigos y la soledad, el sol y la luna. Y así me mudé al mostrador de Carlos, que era verdulero”


“Carlos, que era verdulero, hacía cuentas y cuentas. De adentró mío salían números, frutas, verduras y hortalizas: PAPA 100, CEBOLLA 50, LECHUGA 70, escribía Carlos, que era verdulero. Y al final escribía TOTAL: 220. A mí lo que más me gustaba era cuando escribía TOTAL, porque había un ratito en el que Carlos, que era verdulero, me sostenía en silencio y me miraba, como si yo le pudiera decir cuánto era el TOTAL. Carlos también anotaba conmigo en un cuaderno las frutas, verduras y hortalizas que llevaban los clientes que no podían pagar. Y así el momento de escribir TOTAL demoraba más. Pero también duraba más el momento en que Carlos me sostenía y me miraba como si yo le pudiera decir cuánto era el TOTAL. Un día Fidel, un vecino suyo que frecuentaba la verdulería porque le encantaba dibujar frutas, verduras y hortalizas, necesitaba un lápiz para dibujar frutas, verduras y hortalizas. Y Carlos, que era verdulero, le regaló el lápiz que usaba para hacer cuentas y cuentas. Y así me mudé a la cartuchera de Fidel, que le encantaba dibujar frutas, verduras y hortalizas”


“Fidel, que le encantaba dibujar, hizo conmigo dibujos de frutas, verduras y hortalizas. Pero también paisajes y retratos, dragones y unicornios, figuras y fondos. De adentro mío salieron personas, animales, lugares, objetos y mundos, muchos mundos. Con el tiempo Fidel empezó a tener muchos lápices, pinceles, témperas, acuarelas, óleos y lienzos. Y llevaba todo eso a una escuela, porque a Fidel, que le encantaba dibujar, también le encantaba enseñar a dibujar. Y le enseñaba a los chicos de segundo grado cómo dibujar frutas, verduras, hortalizas. Y también paisajes y retratos y dragones y unicornios y figuras y fondos y lugares y objetos y mundos. Muchos mundos. Un día, Fidel recogía sus lápices, pinceles, témpera, óleos y lienzos apurado para llegar a tiempo de una escuela a otra. Y los recogía con tal fuerza, que rodé de su escritorio hasta abajo de la biblioteca. Tiempo después, la escoba larga y llena de promesas de Silvia, la empleada de maestranza, me hizo rodar hasta el centro del aula. Y así me depositaron de nuevo en la caja forrada de amarillo que dice “ÚTILES PERDIDOS”. Eso fue anoche, antes del primer día de clases”


“Y esa es mi historia. Es la historia de un lápiz viejo”


Lápiz Nuevo hizo un silencio largo. Largo y lleno de promesas como él. Un silencio largo y lleno de promesas que se quebró con el sonido del timbre de la escuela, como la mina de grafito de un lápiz que tiembla. Era el timbre que indicaba que el segundo día de clases había empezado. 


“¿Entonces mi historia no termina en una caja forrada de amarillo que dice “ÚTILES PERDIDOS?”, preguntó Lápiz Nuevo.


“Para nada”, respondió Lápiz Viejo, “porque tu historia es la historia de un lápiz nuevo. Y empieza hoy."

                            Boedo, mayo de dos mil veintitrés



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