La soledad es como una fiebre.
Como el delirio que induce la fiebre.
Todos los sistemas empiezan a fallar
simultáneamente
a medida que la soledad ocupa todo.
El que la vivió sabe de lo que hablo.
No hay paños fríos ni vapores.
Tan solo la perplejidad con que recordás que hace un minuto
ahí
¡ahí!
En ese lado de cama donde ahora duermen los puchos
y las manchas de vino
había un cuerpo caliente
una piel
y en las otras habitaciones se escuchaban voces.
Voces que no eran amenazas.
Una casa tomada.
Como Irene y su hermano, alucino voces, ruidos, espectros
porque la fiebre ya no va a ceder.
es todo.
Recorro las habitaciones, con la esperanza de que alguno de esos fantasmas me deje de ignorar.
En el patio la veo
padeciendo su propia soledad inanimada
la bicicleta.
Es hora de sacarle les rueditas a la bici.
"Halcones nocturnos", Edward Hopper (1942) |
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